José Enrique Rodó
Ana Ribeiro – Subsecretaria del ministerio de Educación y Cultura.
Presidenta de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación.
Nacido en Montevideo en 1871 y muerto en Palermo, Italia, en 1917, José Enrique Rodó fue periodista, escritor, tres veces diputado y el más brillante exponente de la Generación del 900 uruguaya. Su influencia, enorme dentro y fuera de fronteras, derivaba pura y exclusivamente
de la palabra escrita y de la fuerza de sus argumentaciones. En esa bisagra de los siglos XIX y XX que fue su tiempo, su nombre se sumó al de Vaz Ferreira en pensamiento y reflexiones filosóficas; a Carlos Reyles, Florencio Sánchez, Horacio Quiroga, Herrera y Reissig, María Eugenia Vaz Ferreira y Delmira Agustini en literatura.
Aunque no había concluido sus estudios universitarios, sus conocimientos fueron reconocidos por el Rector de la Universidad, Alfredo Vásquez Acevedo, quien lo nombró profesor de Literatura, cátedra desde la cual impartió sus ideas entre los jóvenes universitarios, siempre marcando el valor del pensamiento. Ese sería el cerno de una obra literaria que había comenzado en 1895, cuando fundó con Víctor Pérez Petit y los hermanos Martínez Vigil la “Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales”. La misma se publicó hasta 1897, año en que el levantamiento de Aparicio Saravia contra el gobierno de Idiarte Borda, la leva permanente y el estado de guerra hicieron imposible su continuidad. En esos dos años de publicaciones, la revista demostró ser ecléctica, recogiendo tanto ideas positivistas como espiritualistas, románticas o modernistas. En sus páginas Rodó se especializó en ensayo y crítica literaria, haciendo –junto a Pérez Petit- una tarea de divulgación de las novedades literarias tanto europeas como latinoamericanas: Rubén Darío y Leopoldo Lugones, fueron algunos de los tantos nombres leídos, difundidos y analizados en aquel Uruguay que se asomaba al parnasianismo y al desafío de nutrirse de Europa (embelesada por lo exótico), sin desconocer su propia realidad como un mundo-otro.
Un folleto sobre “La Vida nueva” (1898) y una breve publicación crítica sobre Rubén Darío (1899) fueron el preámbulo de “Ariel” (1900), su obra más conocida y la generadora del “Arielismo”, un movimiento que tomó su nombre del joven protagonista del libro, para expandirse por Hispanoamérica con su crítica al utilitarismo anglosajón y su reivindicación de la matriz cultural greco-latina, común a todo el mundo hispanoamericano. La intervención norteamericana en Cuba (1898) había provocado en él una fuerte reacción antinorteamericana. Miraba críticamente aquella fuerza cultural de la “nordomanía”, tanto o más fuerte que la militar que ejercían sobre el continente americano.
Por eso Ariel exaltaba el espiritualismo y criticaba el utilitarismo de la época y las formas de producción deshumanizantes, mucho antes que Charles Chaplin lo plasmara para el cine en “Tiempos modernos” (1936).
Inspiró a lo largo y ancho del continente americano diversas revistas, centros de estudiantes, movimientos reformistas y centros de estudios.
El libro tenía fuertes trazos de idealidad, pero eso no contradecía la visión crítica de Rodó sobre el Uruguay como parte de esa realidad americana. En setiembre de 1904, en el momento en que se ponía fin a la Guerra Civil, le escribió a Francisco Piquet, residente en Barcelona: “No se puede transitar por las calles. Las hogueras y barricas de alquitrán calientan y abochornan la atmósfera
y la llenan de un humo apestoso. Los “judas” populares cuelgan grotescamente de las bocacalles. Los cohetes estallan entre los pies del desprevenido transeúnte. Las bombas revientan el tímpano con su estampido brutal. La chiquillada, salida de quicio, estorba el tránsito con sus desbordes, y el graznido ensordecedor de las pandillas de compadres mancha los aires con algún ¡viva! Destemplado o alguna copla guaranga, mientras murgas “asesinas” pasan martirizando alguna pieza de candombe. ¡Parece que se festejara una gran ocasión de orgullo y honor para el país! Y lo que se festeja es apenas que la vergüenza y la miseria no se hayan prolongado por más tiempo y no hayan concluido del todo con esta desventurada guerra!”.
En otra carta le confesaba a Piquet que su mayor satisfacción consistía en poder decir: “cuanto soy y valgo intelectualmente lo debo a mi esfuerzo personal, a mi trato directo con los libros, que es necesario luego completar viendo y oyendo lo que hay desparramado por el Mundo”.
Dos párrafos en los que se conjugan la idealidad y la realidad, como fuentes para toda y cualquier acción.
Porque la fuerza que Rodó adjudicaba a las ideas demandaba también la acción política. Fue Diputado por Montevideo en dos períodos, 1902-1905 y 1908-1911. A raíz de la eliminación de los crucifijos en los hospitales, mantuvo desde las Cámaras una célebre polémica con Pedro Díaz, defendiendo la permanencia de los mismos y denunciando una desviación de la laicidad hacia formas de intolerancia. Los artículos se reunieron en “Liberalismo y jacobinismo”, libro aparecido en 1906 para ilustrar uno de los temas por los que se enfrentó críticamente a José Batlle y Ordóñez, pese a integrar su partido. Porque fue un hombre de pensamiento, pero también de coraje.
Sus libros continuaron pautando esa línea de ideaacción: en 1909 publicó “Motivos de Proteo” y en 1913 “Mirador de Próspero”. Por entonces, ya era un hombre clave para el país. Analizar el mundo circundante a través de una de sus parábolas, tener presentes a los pensadores, personajes de teatro o figuras de los mitos de griegos y romanos, eran ya hábitos intelectuales extendidos en un Uruguay que se apresuraba a adentrarse en el siglo XX en búsqueda de su fortaleza democrática, con la esperanza de dejar atrás el tormentoso mundo decimonónico.
Acumulando montañas de papeles en los que escribía febrilmente, echando mano de cualquiera de ellos, incluido el puño de sus camisas, si una idea lo sorprendía en la calle o frente a una taza de café; convencido de que la idea para mejor llegar a destino debía ir envuelta en una forma hermosa, Rodó desgranó sus parábolas. “Mirando jugar a un niño” alegaba por la creatividad; “La pampa de granito” llamaba al sacrificio que demanda toda construcción nacional a la fuerza de la voluntad; “El meditador y el esclavo” enseña que transformarse es indispensable para vivir. Había ideas en sus largos párrafos, pero también había belleza descriptiva, barroca, figurativa, densa: “estaba un gigantesco viejo de pie, erguido como un árbol desnudo”, dice para retratar al rudo padre de “La pampa de granito”. Clásico, pero inmerso en el movimiento propio de la modernidad, Rodó anunciaba nuevos tiempos para las artes y letras, pero no desprovisto de cierta nostalgia y de una constante interrogante a propósito del porvenir.
Sus libros y su nombre trascendían fronteras. En 1912 fue designado correspondiente extranjero de la Academia Española y en 1916 la revista argentina Caras y Caretas lo nombró corresponsal en Europa. Como tal, visitó Lisboa, Madrid, Barcelona, Marsella y numerosas ciudades italianas. Ese viaje era un viejo anhelo. Sin embargo, su salud se deterioró a lo largo de su recorrido por esa Europa sumida en la Primera Guerra Mundial. Escribió agudas y profundas notas para “Caras y Caretas”, en las que dejaba constancia del dolor y la destrucción, sin dejar de admirar en Pompeya la vida de la ciudad detenida en un instante por la lava, o las majestuosas huellas del pasado grego-romano, desgranadas en todo el continente. Murió en Palermo el 1º de mayo de 1917, luego de la abdicación del zar Nicolás II y de que Estados Unidos ingresara a la contienda en el bando de los Aliados. No llegó a ver los festejos por el fin de la Guerra, que seguramente le parecerían tan absurdos y bárbaros como le parecieron los de 1904 en Uruguay. Como si su condición de escritor trascendiera su propia vida, “El camino de Paros” se publicó de forma póstuma, al año siguiente.
Aunque de antecedentes patricios, había sido de vida simple y austera. Retraído, idealista, de aire melancólico y pensativo, pero enérgico en su condición de predicador de ideas. El mundo lo leía y lo lee con profundidad reflexiva; las universidades del mundo lo estudian. Uruguay, en justo acto de memoria, le dedica el Día del Patrimonio de este año 2021 en que se cumplen 150 años de su nacimiento, agradeciéndole una obra que aún hoy nos hace pensar.